Nicolas Riccardi, diácono de 23 años, había entrado al noviciado Oblato siete meses antes y ya mostraba señales de ser problemático. Mientras Eugenio se encontraba en Roma, Riccardi había dejado la comunidad. Eugenio veía el bien en él y le había llamado la atención para entrar en razón. Debido a sus defectos, necesitaba el apoyo de la comunidad Oblata para ayudarle a realizar su ministerio en forma efectiva:
¿No es de risa, mi querido Riccardi, que todavía me llame Padre, y no se burla de mí al decir que se somete por completo a todo lo que yo juzgue útil para su salvación? ¿Ignoraba usted lo que yo había juzgado útil para su salvación cuando se apartó de mí, y desconocía los motivos que me llevaron a recibirle en la Sociedad? Usted lo dijo: «Siento que soy muy poco apto para el ministerio», es decir, cuando quedara a merced de sí mismo y desprovisto de la ayuda proporcionada por la Sociedad que le acogió con tanta caridad como el desdén que usted le ha demostrado.
Con todo, tengo que decírselo, después de haberle dirigido por algún tiempo y conocido bien su carácter, tuve que decidir acerca de su vocación, conforme a los deseos que usted me manifestaba; hice caso omiso de mi condición de superior y decidí en su interés, considerándome encargado de buscar y asegurar su felicidad en lo que de mí dependía.
Carta a Nicolas Riccardi, Febrero 17, 1826, EO VII núm. 225
“’No es suficiente ayudar a quienes fallan, sino apoyarles después.” William Shakespeare