LA GRACIA DE NUESTRO SEÑOR HA SIDO ABUNDANTE

Eugenio recuerda su historia personal de salvación:

Mientras me familiarizo más con la idea de lo que ya soy por elección y de lo que seré por la consagración, me será útil examinar con atención la actuación del Espíritu Santo en mí, tanto en mi ordenación como en el curso de mi ministerio sacerdotal, además de mi correspondencia por un lado y mis infidelidades por otro, a las abundantes comunicaciones de su gracia.

Consciente de las ocasiones en que no había ayudado a la gracia de Dios en el pasado, pide perdón y pide para permitir al Espíritu Santo compensar sus debilidades y fallas.

Así descubriré el perjuicio ocasionado, deplorándolo amargamente ante Dios, y lleno de confianza en su misericordia, esperaré que el Espíritu vivificador que se posará en mi alma, restaurará todo lo que eché a perder, reanimando, fortaleciendo y perfeccionando todo en mí, para que sea de verdad el hombre de su derecha, el Elías de la Iglesia, el ungido del Señor, el pontífice según el orden de Mequisedec, que no tiene más miras que agradar a Dios, cumpliendo todos los deberes de mi ministerio, para la edificación de la Iglesia, la salvación de las almas y mi propia santificación. Que pueda así decir como el Apóstol san Pablo: “Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, que me ha fortalecido, porque me ha juzgado digno de confianza al encomendarme el ministerio. A mí, que primero fui blasfemo… Pero la gracia de nuestro Señor se desbordó, con la fe y el amor que me ha dado… Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Tim. 1:12-17)

Diario de Retiro antes de ser consagrado obispo, Octubre 7-14, 1832, EO XV núm. 166

Al igual que Pablo y Eugenio, cada uno de nosotros ha sido llamado por Dios en la cotidianeidad de nuestras vidas, y recibido la fortaleza para ser los instrumentos de Dios en y a través de nuestras ocupaciones diarias.

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