A pocos días de su ordenación como sacerdote, el P. Grenier recibió su primera asignación misionera.
“Mi querido P. Grenier, hace días que quería escribirte, pero mis ocupaciones que siguen incrementándose todo el tiempo, me lo han impedido. Sin embargo, me apresuro a pedirte vengas cuanto antes conmigo. Para iniciar tu trabajo apostólico, te asigno a la misión de Argelia, donde te espera un bien inmenso. Nuestro objetivo es la conversión de los árabes. Ven cuanto antes. Dos irán a reunirse con tres de los nuestros que están ya trabajando. Trae todos tus efectos personales. Me despido por ahora en espera de abrazarte, y te bendigo mientras tanto”.
Carta al P. Ferdinand Grenier en Nancy, Octubre 26, 1849, EO IV (África) núm. 9
REFLEXIÓN
“Dios, envíame adonde sea, sólo acompáñame. Pon sobre mí cualquier carga, solo sostenme. Y nunca coloques en mi corazón lazo alguno, sino el que ate mi corazón al Tuyo”.
(David Livingstone)
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La visita de Eugenio al área de Nancy incluía la ordenación sacerdotal de Ferdinand Grenier, aunque Eugenio tuvo que recortar su estancia para volver pronto a Marsella debido al brote de cólera.
“Comprenderás que siempre deseé imponerte las manos… El buen Dios me ha privado de ese gozo y le ofrezco el sacrificio con la mayor resignación, …
Sobre mi corazón pesa la tristeza de haber viajado más de 200 leguas para tener el gozo de imponerte las manos y regresar sin haber podido darte con el sublime sacerdocio, todos los dones de Dios que harán fructificar tu ministerio. La vida nos trae estas cosas y al menos pude desearte todo lo que te atraerá las bendiciones más abundantes del Señor. Recibe entre las primeras felicitaciones la mía, abrazándote con todo mi corazón”.
Carta al P. Ferdinand Grenier en Nancy, Septiembre 13, 1849, EO X núm. 1019
REFLEXIÓN
Al considerarse siempre el padre espiritual de todos los Oblatos, Eugenio veía su paternidad duplicada cuando podía conferir el sacramento de la ordenación sacerdotal a alguno de ellos.
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El Santuario de Notre Dame de la Garde se ubica en una colina que mira la ciudad de Marsella, donde la “Buena Madre» (como se refieren a María los habitantes de la ciudad) cuida a todos. En cuanto Eugenio llegó a la ciudad, se dirigió a agradecer por un viaje seguro y a ratificar su ofrecimiento para que terminara la epidemia de cólera.
“Mi primer pensamiento fue ir y dar gracias a nuestra Buena Madre en su santuario de la Garde. Fui ahí hoy domingo para la celebración de los santos misterios y a ratificar a los pies de María el ofrecimiento de mi vida al Señor para salvar a mi gente de la enfermedad que les amenazaba, un ofrecimiento hecho en cuanto supe que el cólera era mortal en Marsella. La santa colina estaba llena de fieles que llegaron al santuario al mismo tiempo que yo. A mi llegada la capilla estaba llena. Antes de iniciar la Misa, sentí era mi deber decir algunas palabras de aliento a la multitud, que al juzgar por las lágrimas que vi fluir, estaban totalmente en sintonía con los sentimientos que expresé, provenientes del fondo de mi corazón”.
Diario de Eugenio de Mazenod, Septiembre 23, 1849, EO XXII
REFLEXIÓN
«Mártir es alguien que se preocupa tanto por algo fuera de él, que olvida su vida personal”. (G.K. Chesterton)
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“Ahora que está hecha la obra a la que Dios me llamó, qué podría hacerme más dichoso que morir, sobre todo si el sacrificio de mi vida pudiera ser aceptado no solo para expiar mis pecados, sino para apaciguar la ira de Dios y apartar la peste de mi pueblo, sobre todo de nuestros sacerdotes, cuya vida es tan preciosa. Hasta el momento solo uno de ellos ha perecido, el pobre sacerdote Martín, pero todos están amenazados, y estoy a doscientas leguas de distancia de ustedes”.
Carta al P. Henri Tempier, Septiembre 12, 1849, EO X núm. 1018
REFLEXIÓN
Que el lenguaje teológico de hace doscientos años no nos confunda: en la actualidad tenemos una comprensión diferente de los desastres naturales y las epidemias. Lo importante en este extracto, es que Eugenio sí ofreció su vida por la salvación de su gente en Marsella.
Desde la época del viaje de conversión de Eugenio, quiso que todos los aspectos de su vida fueran una oblación, “todo por Dios”. El martirio, espíritu de los primeros siglos de la Iglesia era la mayor expresión de la oblación, el ofrecimiento total de uno mismo a Dios. Lo interesante es que para Eugenio ese martirio se alcanzaba por el ofrecimiento propio a Dios, a través del servicio a los demás. Es por ello que hablamos del martirio por la caridad, y no del martirio por la sangre.
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“Toda mi vida he deseado morir víctima por la caridad. Sabes que perdí esa corona desde los primeros años de mi ministerio. Dios tenía sus designios, ya que deseaba encargarme de dar una nueva familia a su Iglesia, pero para mí hubiera valido más que me dejara morir del tifus que tuve al servicio de los prisioneros”.
Carta al P. Henri Tempier, Septiembre 12, 1849, EO X núm. 1018
REFLEXIÓN
Desde su ordenación al sacerdocio, Eugenio había deseado dar su vida como mártir al servicio del prójimo y casi ocurrió en 1814, en que estuvo a punto de morir de tifo al trabajar con los prisioneros de guerra austriacos, aunque Dios tenía otros planes: debía ser el instrumento de Dios al fundar a los Misioneros Oblatos.
¿Cuántos mártires por la caridad hemos conocido en nuestra vida? No nos referimos a quienes derramaron su sangre en martirio, sino a sacrificarse por el bien de los demás en sus vidas cotidianas. Al encontrar muchos a diario, mi vida se inspira y enriquece.
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“Estamos bajo la fatal epidemia del cólera que se lleva cada día, tanto de 30 a 40, como a 20 o 25 personas. Los que llegan están en peligro. Ayer, toda una familia de cinco personas pereció al volver a la ciudad, después de haberla dejado al comienzo de la epidemia. Hice bien en no considerar ese peligro, cuando el deber me ha traído a mis ovejas y hasta ahora no me he sentido mal. Ninguno de los nuestros ha sido contagiado tampoco”.
Carta al P. Ferdinand Grenier en Nancy, Septiembre 30, 1849, EO X, núm. 1023
Tanto el Obispo Eugenio como el clero Oblato y diocesano realizaban valerosamente su ministerio con los afectados por la epidemia de cólera.
“La intensidad del cólera no ha disminuido; sin embargo, son raros los casos fulminantes. Al volver acudí a confirmar en su lecho de muerte a varias de esas pobres víctimas, y el único mal que he sentido fue mi corazón desgarrarse y del que es imposible defenderme al ver tal calamidad”.
Carta al P. Ambroise Vincens en N. D. de L’Osier, Octubre 12, 1849, EO X núm. 1024
REFLEXIÓN
“El final de la vida merece tanta belleza, cuidado y respeto como su inicio”.
(Autor desconocido)
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Eugenio había estado visitando las comunidades del centro de Francia y estando ahí, también había bautizado al hijo de su sobrina, que estaba por alumbrar. Recibió noticias de Marsella respecto al brote de una epidemia de cólera.
“Mi inquietud es tan grande que temo caer enfermo por ello. Pensar en lo que pasa en Marsella llena mi alma de tristeza, no me alegra estar en el seno de mi familia; mi deber me llama a otra parte”.
Eugenio le recuerda a Tempier que su ausencia no se debe al temor, algo que nunca mostró.
“Me conoces lo suficiente como para estar convencido de que no he tenido ni el menor temor. Toda mi vida he deseado morir víctima por la caridad”.
Carta al P. Henri Tempier, Septiembre 12, 1849, EO X núm. 1018
REFLEXIÓN
Eugenio sentía tal amor por Dios que deseaba que toda su vida fuera una oblación a Él. No se trata de una teoría, sino de un servicio de amor y auto-sacrificio.
“Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”. (Mateo 25: 40)
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“Dos de agosto, aniversario de mi Bautismo. Misa con las Hermanas Capuchinas. La Misa de este día se ha convertido en una institución. No puedo pensar en una mayor ayuda que las oraciones de estas santas damas para dar gracias a Dios por el favor de mi regeneración”.
Diario de Eugenio de Mazenod, Agosto 2, 1849, EO XXII
REFLEXIÓN
Para Eugenio, el aniversario de su bautismo era más importante que su cumpleaños, por ser su nacimiento a la vida de Jesucristo.
«La comunidad cristiana te recibe con gran alegría. A nombre todos los aquí presentes y todo el pueblo de Dios, te reclamo para Cristo por la señal de la cruz”. (Rito del Bautismo)
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“Al final de mi año 67, casi 68 de edad, los años se acumulan sin estar consciente de ello. Cada año nos acercamos más a la tumba, y, aun así, es posible ver la distancia recorrida al fijar nuestra atención al celebrar el aniversario de nuestra llegada al mundo. ¿Qué importa que no tengamos enfermedades y nos sintamos como si solo tuviéramos 30 años? Se está obligado a tomar en cuenta el día que recuerda nuestro nacimiento”.
Diario de Eugenio de Mazenod, Agosto 1°, 1849, EO XXII
REFLEXIÓN
Eugenio había atravesado algunas complicaciones serias en su salud años antes, necesitando largos períodos de recuperación. Al convertirse en Obispo de Marsella, además de ser el Superior General de los Oblatos, su pesada agenda de compromisos parecía haberlo rejuvenecido, ¡haciéndole sentir como si aun tuviera 30 años!
A esto le llamamos “gracia de estado”, en la que Dios nos da la gracia y fortaleza necesaria para realizar el trabajo. San Pablo se refiere a ello al exclamar:
“El Señor me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí”. (2 Corintios 12:9)
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“Hoy, aniversario de nuestro buen Padre Mié, me entero del P. Federico Michel; era uno de nuestros mejores padres, lleno de virtudes poco comunes, lleno de talentos y de conocimiento, alguien bien formado. Salió del seminario de Grenoble para el noviciado el día mismo de su ordenación sacerdotal, sin ni siquiera pasar por su casa. Fue el 200 de nuestros Oblatos; había hecho su profesión unos meses atrás; es una gran pérdida”.
Carta al P. Telmon, Marzo 10, 1849, EO I núm. 113
El P. Frederic Michel falleció súbitamente justo después de predicar su primera misión parroquial y Eugenio anotó en su diario:
“Terribles noticias sobre la muerte del P. Michel. Justo había terminado la misión en Saint Bonnet, mostrando su celo y generosidad. El P. Lavigne quien dio la misión con él, escribió para decirme que había actuado como un santo. Temo que el P. Lavigne no pudiera moderar su celo o pedirle cuidara de su persona. Temo mucho que lo que el P. Lavigne consideró un catarro y tos fuera tal vez el principio de una infección de pecho, que el pobre fallecido no deseaba cuidar. Dios le recompensará, aunque alguien bueno como él, es una gran pérdida para la Congregación”.
Diario de Eugenio de Mazenod, Marzo 10, 1849, EO XXII
REFLEXIÓN
“Un hombre que muere joven, permanece para siempre en el recuerdo de las personas. De tener un brillo luminoso antes de partir, su luz brillará por siempre”. (Aleksandr Solzhenitsyn)
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