Las interrupciones constantes al atareado Obispo de Marsella le hacían luchar por darse tiempo para hacer lo qué más amaba: estar en comunicación con los miembros de su familia Oblata. Le preocupaba en particular el bienestar de los Oblatos más jóvenes al iniciar su ministerio.
Eugenio había ordenado al Padre Joseph Arnoux hacía cuatro meses, y reconocía sus cualidades, que demostró como misionero dedicado en Francia y más adelante en la Provincia Anglo-Irlandesa.
“Mi querido y buen Padre Arnoux, te agradezco haber disculpado mi silencio y reconfortarme al recibir otra de tus cartas antes de mi respuesta.
Agobiado por cartas pendientes como la tuya, me encerré hoy, mientras todos están en vísperas y desde hace dos horas escribo a los cuatro confines del mundo. Quise no postergarte para otro día, pues estás más cerca y me parece que es fácil cumplir por la corta distancia. Por experiencia veo a menudo que me dejo llevar por mi buena voluntad y expongo a mis hijos que esperan mi respuesta, a la tentación de acusarme de negligencia. No eres capaz de esa injusticia, por lo que tengo que apresurarme a agradecerte recordarme y de mi tierno afecto hacia ti”.
Carta al P. Joseph Arnoux, Agosto 20, 1848, EO X núm. 985
REFLEXIÓN
Como recordamos, Eugenio se consideraba padre de su familia religiosa, y escribió: “La comunicación paternal con mis muchos hijos… es una de las ocupaciones más agradables de mi vida”.
A través de sus cartas expresaba lo que Russell M. Nelson describió: «No, no poseemos a nuestros hijos. Nuestro privilegio como padres es amarlos, guiarlos y dejarlos ir”.