NO PUEDES CREER EL GUSTO QUE ME DA TODO CUANTO ME RECUERDA A LOS HIJOS QUE DIOS ME HA DADO

Separado por el Océano Atlántico de sus Misioneros en Canadá, Eugenio estaba constantemente unido a ellos en el pensamiento y en la oración de oraison. El Padre Dandurand le había enviado un dibujo de la casa donde se estableció la comunidad oblata.

Os agradezco, mi querido P. Dandurand, el plano que me ha-béis mandado. Me basta para tener una idea de los lugares que habita una porción tan querida de mi familia. Eso me da tiempo para esperar que me prepararéis un plano más cuidadoso que pueda enmarcar y colocar en mi gabinete. No podéis creer el gusto que me da todo cuanto me recuerda a los hijos que Dios me ha dado.

El amor del Fundador por sus hijos era mucho más que una emoción humana. Amaba a sus oblatos porque vivían según el carisma que Dios había dado a la Congregación. Se regocijaba por la manera en que amaban a Jesús Salvador y hacían una oblación de sus vidas para llevar a los más abandonados al mismo amor. Ahora les recordó las condiciones necesarias para mantener esta relación.

Dedicaos todos a hacer nuestra comunidad bien fervorosa. La fidelidad a las Reglas, la exacta disciplina, el soporte mutuo, la buena voluntad para hacer prontamente y con agrado todo cuanto la obediencia pide, son esas virtudes cuya práctica hace la religión un verdadero paraíso terrenal. Sé que lo habéis comprendido des-de el ingreso en la Sociedad y me alegro en el Señor bendicién-doos de todo corazón.

Carta al padre Damase Dandurand, 11 de agosto 1843, EO I n 23

Hoy, a través de la comunión de los santos, Eugenio sigue rezando por «sus hijos»: todos los miembros de todas las categorías de su familia mazenodiana que siguen amando a Jesús como su Salvador y dándolo a conocer a los que más lo necesitan.

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