“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen; y yo les doy vida eterna” (Juan 10:27-28)
El Pastor tiene dos credenciales: su intimidad con sus ovejas (las conoce y ellas lo conocen a él) y su completa entrega al demostrar su amor incondicional al dar su vida para protegerlas.
En el Evangelio de hoy (Juan 10:22-30), “conocer” se refiere a una profunda relación mutua, basada en el contacto personal y la experiencia de la comunión.
“Con amor eterno te he amado, Por eso te he sacado con misericordia,” dice el profeta Jeremías (31:3). Isaías nos recuerda: “¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré.” (49:15)
Al reflexionar sobre la misma experiencia reflejada a él mismo, Eugenio se ve como el hijo pródigo:
Oh Dios mío, ¿no tengo suficientes razones para entregarme por entero a tu servicio, para ofrecerte mi vida y cuanto soy, para que todo en mí se emplee por tu gloria? Porque no solo eres mi Creador y mi Redentor, como lo eres de todos los hombres, sino mi bienhechor particular; mi amigo generoso, que ha olvidado toda mi ingratitud para ayudarme tan poderosamente como si siempre te hubiese sido fiel; mi tierno padre, que llevaste sobre tus hombros a este rebelde, reanimándolo sobre tu corazón, limpiando sus heridas…
Enfoquémonos este día en esa intimidad que conocemos y le es conocida al Buen Pastor. Tomemos tiempo para saborear esa intimidad hoy, demostrada al no abandonarnos en esta dificultad, sino dando su vida por nosotros. Él nos sostiene y da todo por nosotros en estos días de dificultad y oscuridad.