LA MUERTE COMO OCASIÓN DE UNA NUEVA COMUNIÓN

Empleé la mañana en dar la primera comunión a las jovencitas del convento francés de San Dionisio; imagine mi dolor al tener que hablar a esas jóvenes de la edad de nuestra pobre Carolina, vestidas como la vi el año pasado casi por esta misma época, el día de su primera comunión e incluso después de su muerte. Mis sentimientos, y por consiguiente mis aflicciones, no son pasajeros.

Carta a Henri Tempier, Abril 9, 1826, EO VII núm. 235

 Eugenio recuerda el doloroso ministerio a su sobrina Carolina de Boisgelin, quien había fallecido a los nueve años, menos de un año antes.

Las entradas se encuentran en   http://www.eugenedemazenod.net/esp/?p=1877  y a continuación describimos los eventos. En su diario, Eugenio ofrece una visión íntima de sus sentimientos, al recordar lo sucedido.

La señora Beaudemont, superiora de las religiosas del convento de San Dionisio, me solicitó  fuese a decir la misa a su iglesia para la primera comunión de algunas alumnas. Acepté la invitación, aunque si el ministerio en parte me fue de consuelo, por otra mi corazón se sintió desgarrado al ver a esas niñas de la misma edad que nuestra pobre Carolina, vestidas precisamente como la vimos al recibir la primera comunión, coronada de flores en su lecho de muerte. ¡Oh, cómo puede uno estar resignado a la voluntad de Dios, sin por ello evitar una profunda aflicción! ¡Pobre angelito! Yo estuve en la habitación  contigua a la de mi hermana cuando vino al mundo, la bauticé y me estaba reservado el honor de asistirla en su muerte y darle la extrema unción. La naturaleza se revela, pero la gracia la somete apelando a la fe y a la esperanza. ¡Querida niña! Te veo en el cielo con el que contabas con tanta seguridad y sencillez: Talium est enim regnum coelorum (Mateo 19, 14); son las palabras que hice grabar sobre tu tumba. Ahora que reinas con Dios, a quien tanto deseabas tener, pide su clemencia y misericordia para aquellos que como yo, han merecido estar separados de él para siempre, pero se atreven todavía a esperar, por los méritos de Jesucristo y las oraciones de los santos, llegar a la patria bienaventurada, para allí amar y alabar eternamente a Jesucristo, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

Diario en Roma, Abril 9, 1826, EO XVII

 

“Piensa en tu hijo entonces, no como alguien que murió; no como una flor marchita, sino como una que fue trasplantada y tocada por una Divina mano, que florece en colores más brillantes y sombras más dulces que las de la tierra.”   Richard Hooker

Esta entrada ha sido publicada en cartas, diario y etiquetada como , . Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *