LA APROBACIÓN PAPAL: RECONOCIENDO LO NECESARIO

PAPA LEÓN XII
PARA EL RECUERDO FUTURO DEL SUCESO
Si hubo alguna ocasión en la que esta Sede Apostólica se diera a la tarea de animar y apoyar por todos los medios a su mando el celo de aquéllos sacerdotes, quienes inflamados con el fuego del sagrado amor, predican el Evangelio a través del mundo entero y trabajan para sembrar en la mente de las personas los preceptos y deberes de la religión cristiana y les instruyen para sujetarse a la autoridad legítima, no encontramos otra más apta para hacerlo que el presente, en que los crímenes de todo tipo, emanando como monstruos terribles de los oscuros recovecos del pasado,  asoman de nuevo la cabeza y osadamente diseminan su desolación día a día, amenazando derribar todos los derechos, tanto humanos como divinos, eliminando por completo, en lo posible, todo vestigio de la religión
… Otorgado en Roma, en San Pedro, bajo el Anillo del Pescador, el vigésimo primer día de marzo, 1826, en el tercer año de Nuestro Pontificado.
Papa León XII

Carta Apostólica de Aprobación, Marzo 21, 1826, Missions O.M.I., n° 280 (1952), págs. 118, 138.

Esto hace eco del análisis de Eugenio sobre la situación de los cristianos franceses después de la Revolución, lo que le impulsó a responder creando a los Oblatos, para cambiar la situación de primera mano.

La Iglesia, preciada herencia que el Salvador adquirió a costa de Su sangre, ha sido en nuestros días atrozmente devastada. Esta querida Esposa del Hijo de Dios llora aterrorizada la vergonzosa defección de los hijos por ella engendrados. Cristianos apóstatas, olvidados por completo de los beneficios de Dios, han irritado la Justicia divina con sus crímenes….
En esta lamentable situación, la Iglesia llama a voces a los ministros a quienes confió los más preciados intereses de su divino Esposo, para que se esfuercen en reavivar con la palabra y el ejemplo la fe a punto de extinguirse en el corazón de buen número de sus hijos

Prefacio de las CC&RR

 

“Lo que  una persona invidente necesita es no un maestro, sino otro ser.”   Helen Keller

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