El mayor evento de 1819 fue el establecimiento de la comunidad de los Misioneros en el santuario de Notre Dame du Laus, en enero.
Hasta entonces, la base de la comunidad había estado sólo en Aix, siendo sencillo mantener el enfoque, espíritu y unidad del grupo. Iniciar un nuevo lugar a 200 kilómetros de distancia era una incursión totalmente nueva, implicando nuevos retos.
Los Misioneros eran generosos y tenían celo, por lo que la preocupación de Eugenio no estaba en el ministerio que habrían de HACER, sino que los dos grupos pudieran SER, conservando el mismo espíritu. A pesar de la gran distancia geográfica, sólo había un mismo espíritu proveniente de Dios que los guiaba y justificaba su existencia.
Es por ello que se eligió como primer superior de Laus a Henri Tempier, a quien más adelante Eugenio diría:
Mi primer compañero, usted desde el primer día que nos juntamos ha captado el espíritu que debe animarnos y que debemos comunicar a otros;
No se ha desviado ni un ápice del camino que elegimos seguir; todos lo saben en la Sociedad y pueden contar con usted, al igual que conmigo.
Carta a Henri Tempier, el 15 de agosto 1822, E.O. VI n. 86
Desde el punto de vista humano, se trataba de un gran sacrificio, pues los dos eran cercanos y estaban acostumbrados a cooperar en todo. Pero la importancia de esta tarea exigía esta renuncia personal por el bien y la unidad de su familia religiosa.
Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían Hechos 4:32
Me permito parafrasear a Marshall McLuhan en “las técnicas de las artes” como “las técnicas de nuestro espíritu Mazenodiano”, cuando Eugenio evoca su aspiración:
Cuando la unidad del mundo moderno se convierte cada vez más en un asunto tecnológico más que en uno social, las técnicas de las artes aportan los medios más valiosos de percepción de la dirección real de nuestros propósitos colectivos.
Marshall McLuhan