Eugenio, cuya vida estaba dedicada por completo al servicio de los demás, se dio cuenta ahora de algo importante: sólo podría servir bien a otros si cuidaba de su propio bienestar. De otra forma, no tendría nada que ofrecer a los demás:
La necesidad era urgente pues mi espíritu es tan limitado y mi corazón está tan vacío de Dios que los cuidados externos de mi ministerio, que me lanzan a una continua dependencia de los otros, me preocupan tanto que he llegado al punto de no tener nada de aquel espíritu interior que antes constituía mi consuelo y mi dicha.…
Eugenio había utilizado su energía y recursos en forma desinteresada hacia los demás, pero había ignorado su bienestar espiritual y físico.
Ya no actúo más que como una máquina en todo lo que me atañe personalmente. Parece que ya no soy capaz de pensar en cuanto tengo que ocuparme de mí mismo. Si es así ¿qué bien puedo hacer a los otros? De este modo se mezclan mil imperfecciones en mis relaciones habituales con el prójimo que tal vez me hacen perder todo el mérito de una vida que está del todo consagrada a su servicio.
A los 36 años aprendió que no podía ser un “joven entusiasta” yendo todo el tiempo de un proyecto a otro. Necesitaba cuidar de él mismo para poder ofrecer un servicio más efectivo a los demás.
Este estado me da justo motivo para alarmarme; hace tiempo que lo sé sin haber podido aún poner remedio. Hoy, con la ayuda de Dios, voy a trabajar con empeño en poner tal orden en mis acciones que cada cosa vuelva a ocupar su sitio a fin de que la caridad con el prójimo no me haga faltar a la que me debo a mí mismo, con mayor razón cuando el mejor medio para ser de veras útil al prójimo será sin duda trabajar mucho sobre mí mismo.
Notas de Retiro, Mayo 1818, E.O. XV, n. 145