PASCUA: CONOCER Y PROCLAMAR LA FUERZA DE LA RESURRECCIÓN

A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10).   Constituciones y Reglas OMI, C 4

Después de haberlo acompañado en las dolorosas circunstancias de su pasión, después de haber llorado sobre los tormentos que nuestros pecados le habían hecho sufrir, qué consolador es verle resucitar triunfador de la muerte y del infierno, y cuanto agradecimiento debe llenar nuestros corazones al pensar que ese buen Maestro ha querido hacernos partícipes de su resurrección destruyendo en nosotros el pecado y dándonos nueva vida. 

San Eugenio a su madre, 4 abril 1809, EO XIV n 50

«Anuncian la presencia liberadora de Cristo y el mundo nuevo que nace de su resurrección.» Constituciones y Reglas OMI, C 9

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DESPUÉS DE HABER EXPERIMENTADO EL AMOR DE DIOS EL VIERNES SANTO (Constitution 59)

La descripción de la respuesta de un nuevo oblato no solo se aplica a un novicio, sino a cada uno de nosotros hoy, al renovar nuestra experiencia del amor de Dios en la cruz:

Tras haber experimentado el amor del Padre en Jesús, el novicio consagra su vida a manifestar ese amor. Confía su fidelidad a aquél cuya cruz comparte y en cuyas promesas espera. (Constitución 59).

El Viernes Santo, Eugenio sintió «el amor del Padre en Jesús» y sintió que tenía que pasar el resto de su vida «haciendo visible ese amor». Le dejó esa misión a todos los miembros de la Familia Oblata:

La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión. Como el Apóstol Pablo, predicamos «a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2, 2). Si llevamos «en el cuerpo la muerte de Jesús», es con la esperanza «de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10) (Constitución 4)

Que este Viernes Santo sea un día para recordar con gratitud el amor del Padre por cada uno de nosotros y por todos los que están a nuestro cuidado, a través de Cristo crucificado.

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JUEVES SANTO: EL DON SIN RESERVA DE LA PROPIA OBLACIÓN  (Constitución 2)

En este día en que recordamos la última cena y la entrega de Jesucristo en la institución de la Eucaristía y el comienzo de la pasión, como miembros de la Familia Oblata recordamos la respuesta de Eugenio a la oblación de Jesucristo en abril de 1816:

En resumidas cuentas, el P. Tempier y yo juzgamos que no había que aplazarlo más, y el jueves santo (11 de abril de 1816) recogidos los dos bajo el andamio del hermoso monumento que habíamos hecho en el altar mayor de la Iglesia de la misión, con un gozo indecible, hicimos los votos en la noche de ese santo día.
Hicimos nuestros votos con indecible alegría. Saboreamos nuestra dicha durante toda esta hermosa noche en la presencia de nuestro Señor, al pie del trono magnífico donde lo habíamos puesto para la misa de los presantificados del día siguiente…

Memorias de Eugenio de Mazenod en Rambert I, p. 187.

Nuestra Regla de Vida actual refleja el «con un gozo indecible, hicimos los votos» de nuestro Fundador e invita a cada uno de nosotros, miembros de su Familia Oblata, según nuestro estado de vida, a renovar nuestro deseo de ponerse:

… al servicio del pueblo de Dios con amor desinteresado. Su celo apostólico es sostenido por el don sin reserva de la propia oblación, oblación renovada sin cesar en las exigencias de su misión.( Constitución 2)

Que el «gozo indecible» de la oblación de Jesucristo y nuestra respuesta a ella sean nuestras en este Jueves Santo.

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EL SALVADOR ES LA LLAVE QUE ABRE LA PUERTA DE NUESTRA MISIÓN Y TODAS LAS PÁGINAS DE NUESTRA REGLA  (Constitución 4)

“A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10)”.   (Constitución 9)

Esta oración es la llave que abre la puerta de nuestra misión y la clave para leer e interpretar todo el libro de las Constituciones y Reglas.

Nuestra misión Oblata responde al llamado de quienes son pobres al no reconocer a Jesucristo en su situación particular.  En las Constituciones 5 a 9 lo veremos con mayor claridad.
¿Cuál es la llave que abre la puerta de mi vida y misión?  ¿Quién o qué es lo que mantiene unida mi vida?  ¿Cómo lo expreso?

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LOS POBRES EN QUIENES JESUCRISTO CONTINÚA SU PASIÓN (Constitución 4)

La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión. Como el Apóstol Pablo, predicamos «a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2, 2). Si llevamos «en el cuerpo la muerte de Jesús», es con la esperanza «de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10). A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10) (Constitución 4)

“… con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección”.  Esta es la prueba definitiva a la pregunta: “¿quiénes son los pobres para la Familia Oblata?”  Se trata innegablemente de quienes no conocen a Jesucristo como su Salvador.  Quienes viven en la oscuridad y carecen de dirección en sus vidas.  Las personas que tienen cualquier sufrimiento físico, moral o espiritual y no reconocen la invitación a ir al Salvador Crucificado y Resucitado buscando fortaleza.  Son las personas que sufren, junto con otras, de injusticia, de la destrucción de los recursos naturales para vivir en opulencia y que no tienen una relación con el Salvador que les sustente y oriente.

Todos ellos y otros son quienes necesitan reconocer a Cristo Crucificado en sus penas.  Nuestra misión es acompañar a quienes sufren y verlos a través de Su mirada, para ayudarles a integrarse al recurso del poder de Su resurrección.

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A TRAVÉS DE LA MIRADA DEL SALVADOR LOS AMOS Y SIRVIENTES TIENEN EL MISMO DESTINO (Constitución 4)

Eugenio tenfía la convicción de que la sangre del Salvador nos hizo a todos iguales a los ojos de Dios.  Desde el comienzo de su ministerio fue un principio en el que insistió, como vemos en los estatutos que escribió para los jóvenes con quienes trabajó después de su ordenación.

La identidad otorgada por la sangre del Salvador debía ser puesta en práctica en todos los sucesos y relaciones de sus vidas.  Haciendo eco a la situación social de la época, algunos de los miembros de la Congregación de Jóvenes provenían de casas donde eran sirvientes.

“Mandarán con mucha suavidad a los que les están sometidos, recordando que los empleados domésticos, por más abyectos que parezcan aquí abajo, no están menos llamados a compartir un día la corona inmortal de la gloria que les ha sido adquirida tan bien como a sus amos, por la preciosa sangre de su común Salvador y Maestro”.

Reglamento y Estatutos de la Congregación de Jóvenes, 1813, pág. 24

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A TRAVÉS DE LA MIRADA DEL SALVADOR LA FAMILIA HUMANA ENTERA COMPARTE SU SANGRE  (Constitución 4)

“A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10)”.  (Constitución 4)

La Hambruna de la Papa azotó a la población irlandesa y el Obispo Eugenio dirigió una carta pastoral a su diócesis solicitando ayuda financiera para Irlanda.  En ella encontramos la base de su misión Oblata: su experiencia de conversión al pie de la Cruz y de saberse redimido por la sangre del Salvador.  Su misión fue llevar a los demás a la misma comprensión.

El motivo para ayudar a los católicos irlandeses iba más allá de la caridad:

“Que no se diga que pertenece a otro imperio distinto del nuestro; eso sería indigno de la caridad cristiana; todos somos, mientras haya hombres en la tierra, hijos del padre que está en los cielos y el prójimo, uno del otro; hay algo más que eso, los irlandeses son igual que nosotros en la gran familia católica;

No solo nos es común la sangre de la  fraternidad humana, sino la sangre de nuestro Redentor, de la que participamos todos en la misma gracia y los mismos sacramentos”.

Carta Circular del Obispo Eugenio a la gente de Marsella, Febrero 24, EO III Circular núm. 2.

Esta profunda convicción de que la sangre del Redentor nos es común a todos, fue la base de la comprensión de Eugenio de que la Iglesia es primordialmente el Cuerpo de Cristo

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A TRAVÉS DE LA MIRADA DEL SALVADOR CRUCIFICADO VEMOS AL MUNDO (Constitución 4)

“La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión. Como el Apóstol Pablo, predicamos «a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2, 2). Si llevamos «en el cuerpo la muerte de Jesús», es con la esperanza «de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10). A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10).» (Constitución 4).

Como cooperadores del Salvador, somos invitados a ver al mundo a través de Sus ojos.  Eugenio es nuestro maestro.  En su primera homilía de Cuaresma en Aix en Provence, dijo a sus feligreses pobres:

“Vengan ahora a aprender de nosotros lo que son a los ojos de la fe.
Pobres de Jesucristo, afligidos, miserables, dolientes, enfermos, cubiertos de llagas, etc., todos ustedes a quienes abruma la miseria, mis hermanos, mis queridos hermanos, mis respetables hermanos, escúchenme.
Son los hijos de Dios, los hermanos de Jesucristo, los herederos de su Reino eterno, la porción escogida de su heredad, vean que debajo de los harapos que les cubren hay dentro de ustedes un alma inmortal hecha a imagen de Dios que está destinada a poseerlo un día, un alma rescatada al precio de la sangre de Cristo, más preciosa a los ojos de Dios que todas las riquezas de la tierra y que todos los reinos del mundo, un alma de la que él es más celoso que de gobernar el universo entero.
Cristianos, conozcan su dignidad…”.

Notas para la primera instrucción en la Iglesia de la Madeleine, E.O. XV núm. 114

¡Qué diferencia habría si nos enseñáramos a ver a todos a través de los ojos del Salvador crucificado!

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A TRAVÉS DE LA MIRADA DEL SALVADOR CRUCIFICADO VEMOS AL MUNDO COMO ÉL NOS VE  (Constitución 4)

“La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión. Como el Apóstol Pablo, predicamos «a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2, 2). Si llevamos «en el cuerpo la muerte de Jesús», es con la esperanza «de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10). A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10)”. (Constitución 4)

¿Han reflexionado alguna vez sobre lo que Jesucristo vio en las horas que estuvo en la cruz? ¿En cómo vio a la gente a su alrededor?

Eugenio lo supo cuando sus ojos encontraron a Jesús crucificado y su vida cambió.

¿Puedo olvidar aquellas amargas lágrimas que la vista de la Cruz hizo brotar de mis ojos un Viernes Santo?
¡Ay! salían del corazón y nada pudo detenerlas, eran demasiado abundantes para poder ocultarlas a quienes como yo, asistían a aquella emotiva ceremonia. Me encontraba en pecado mortal y era eso precisamente lo que ocasionaba mi dolor”.

Y luego, la mirada misericordiosa y sanadora del Salvador hizo que Eugenio exclamara:

“Jamás mi alma tuvo mayor satisfacción, jamás sintió más felicidad; y es que en medio de aquel torrente de lágrimas, a pesar de mi dolor, o más bien a través de mi dolor, mi alma se lanzaba hacia Dios, su único bien, cuya pérdida sentía vivamente”.

Diario de Retiro, Diciembre 1814, O.W. XV núm.13

Eugenio describe su experiencia a través de los ojos de su Salvador crucificado en otras palabras:

“Meditación del hijo pródigo. A nadie se puede aplicar mejor esa parábola que a mí.
… ¿Pensaba en volver a mi buen padre, cuya gran ternura había experimentado tantas veces? No, hizo falta que él mismo, llevando al máximo su gracia, viniera a llevarme, a arrancarme de mi despreocupación, o más bien viniera a sacarme del lodazal donde me había hundido y del que me era imposible salir por mí mismo. Difícilmente en ocasiones deseaba dejar mis harapos para estar revestido con el vestido nupcial”.

Notas de Retiro previo a su ordenación, Diciembre1811, O.W. XIV núm.95

A través de la mirada de su Salvador crucificado, Eugenio proclamó:

“Feliz, mil veces feliz de que ese Padre bondadoso, a pesar de mi indignidad, me haya otorgado la inmensa riqueza de su misericordia”.

Diario de Retiro, Diciembre 1814, EO XV núm.130

REFLEXIÓN

¿Qué sucede cuando los ojos del Salvador crucificado se encuentran con los míos…?

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ES SOLO A TRAVÉS DE LA CRUZ QUE PODEMOS SER AUTÉNTICOS PEREGRINOS DE LA ESPERANZA   (Constitución  4)

“La cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión. Como el Apóstol Pablo, predicamos «a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2, 2). Si llevamos «en el cuerpo la muerte de Jesús», es con la esperanza «de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10)”. (Constitución  4)

Quienes nos rodean pueden cansarse de nuestras hermosas palabras, deseando VER y experimentar el Misterio Pascual en y a través de nosotros.  Si la Cruz de Jesucristo realmente tiene un lugar central en nuestras vidas, será visible en forma automática.
Con frecuencia tendemos a enfocarnos solo parcialmente en la cruz, olvidando que es la puerta hacia la resurrección y la plenitud de vida. “Llevar nuestra cruz” a diario es una invitación a reconocer el sufrimiento de Jesucristo en el propio, acompañándonos en todo lo que es oscuro y doloroso en nuestras vidas, al punto de gritar junto con Él, “¿Dios mío, por qué me has abandonado?”

Sin embargo, puesto que la cruz y la resurección son esenciales en nuestras vidas y misión,   “… es con la esperanza «de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo»”.  Solo a través de la Cruz nos convertimos en verdaderos peregrinos de la esperanza, testigos de la nueva vida y de la certeza de la promesa de nuestro Salvador: “… yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

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