NACIMOS PARA LA MISIÓN Y EXISTIMOS PARA LA MISIÓN (Constitución 5)
“La Congregación entera es misionera” (Constitución 5)
“Nacimos para la misión y existimos para la misión». El Fundador fue impulsado a iniciar la comunidad de Aix para poder evangelizar a quienes vivían en su área, en especial la gente común. Solicitó la aprobación de Roma para asegurar la existencia de la Congregación y sus actividades misioneras.
La misión, además, genera nuestro crecimiento. Al ir a Canadá en 1841 y especialmente con nuestros compromisos misioneros con los Nativos, pronto siguió una explosión de vocaciones y entusiasmo, acompañada por una imagen importante que se acopló a la tarea Oblata. Así comenzó una epopeya misionera en diversas partes del mundo, desde Sri Lanka a África, de Oregón a Texas.
La visión del Fundador se profundizó aun más: la evangelización era concebida no solo como la proclamación de Jesucristo para reavivar la fe, la conducta correcta y renovar la práctica religiosa, sino también para llevar a las personas a Cristo y a la Iglesia, como lo hicieron los Apóstoles al inicio de la era cristiana. Los Oblatos son “hombres apostólicos”, no solo por seguir a Cristo y por su generosa entrega personal, sino también por realizar lo mismo que los Apóstoles, concretamente, ir a todo el mundo a evangelizar a las personas. El deseo de universalidad que desde su juventud el Fundador había alimentado y expresado en las primeras Reglas, ahora se hacía realidad.
El Oblato es misionero de los pobres, misionero para la gente. Está abierto a todo ser humano en necesidad, da la bienvenida a sus aspiraciones y les acompaña en su viaje, revelándole quién es Cristo. Da la bienvenida a todo el mundo, escuchando sus peticiones y angustias, apoyando los compromisos de la Congregación, estando disponible a ir a cualquier lugar. El futuro de la Congregación dependerá de la calidad de nuestra vida, de nuestra valentía y disponibilidad para responder a los retos y necesidades de la Iglesia, donde sea que el Espíritu nos invite a dar testimonio del Evangelio”.
P. Marcello Zago, Superior General, 1988
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