“En verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.” (Juan 3:5)
La lectura en el Evangelio de hoy es de Juan 3:1-8. El reino de Dios no es un lugar, sino una relación con Dios y con la comunidad de creyentes, a la que se ingresa a través del Bautismo. Se trata de nuestra entrada a la vida eterna que ya tenemos en este mundo y que será cumplida en la eternidad.
Aun estando aislados nunca estamos solos: tenemos nuestra relación con Dios y con los demás, a pesar de la distancia geográfica.
Para San Eugenio el día más importante de su vida fue el de su bautismo, que cada año recordaba en su aniversario, con agradecimiento y solemnidad.
Día del aniversario de mi bautismo. Antes de salir de San Martín a Marsella, celebré misa con un profundo sentimiento de agradecimiento, de arrepentimiento y de confianza, y me atrevo a creer, con sincera voluntad, las hermosas oraciones del misal de Vienne:
Bendito seas Dios, que en tu gran misericordia nos has hecho renacer a una esperanza viva, a una herencia incorruptible; concédenos desear siempre, como los niños recién nacidos la leche pura de la palabra, para que por ella crezcamos en la salvación.
Dios, gracias a tu amor inestimable, somos llamados tus hijos y lo somos; concédenos por este sacrificio, a quienes hemos recibido en el bautismo el Espíritu de adopción de los hijos, alcanzar en herencia la bendición prometida.
Renovamos ahora en tu altar la fe profesada en nuestro bautismo, renunciando a Satanás y decidiéndonos a cumplir la ley de Cristo. Concédenos a quienes hemos recibido la vida inmortal que nos has prometido, crecer sin mancha en la vida a la que nos hemos comprometido…
Diario de Eugenio de Mazenod, Agosto 2, 1837, EO XVIII
Hagamos nuestra esta oración en estos días, recordando cómo en nuestro bautismo, al trazar el Signo de la Cruz en nuestras frentes, fuimos reclamados para Cristo nuestro Salvador.