EUGENIO Y LA HISTORIA DE FRANCIA: LOS CIEN DÍAS

La euforia de la caída de Napoleón y la consecuente libertad de la Iglesia terminó abruptamente en marzo de 1815, cuando Napoleón escapó de Elba y comenzó a gobernar de nuevo en París.

Eugenio respondió a la situación con bríos.

... Por horrible que fuese mi opinión sobre la especie humana, nunca me habría atrevido a  suponer que su depravación llegara al punto actual. ¡Qué nación la nuestra! Junto con la fe, ha perdido todo sentimiento de honor, de honradez, etc. Algunos traicionan abiertamente la más sagrada de las causas, usando sus juramentos para un mayor engaño a un príncipe demasiado generoso  que había colmado de gracias y favores a esos pérfidos; los otros casi estarían tentados a ser callados espectadores de una lucha en la que apenas parecen interesarse, aunque de ella depende su bienestar. El egoísmo ha acaparado todo, ya no hay honor nacional, ni religión. ¡Oh, pueblo execrable! Con todo, seremos justos; se trata más del crimen del ejército que del de la nación. Hay buen comportamiento aquí y en varias otras provincias.
Solo me queda asegurarle que estamos bien, que soy el hombre más tranquilo y que menos se alarma. Mi confianza en la Providencia no tiene límites.

Eugenio respaldó su crítica con acción:

Escribí al Sr. Duque de Angulema ofreciendo mi servicio para su ejército. No tengo aún respuesta y quizá nunca la tendré; pero habré cumplido con mi deber, que me obligaba a la adhesión. Ya que no puedo servir a mi rey con la espada, debo servirle con todos los medios que ofrece mi ministerio.
Adiós. Los abrazo a todos de todo corazón. Dentro de un mes, habremos derrotado y castigado a todos nuestros enemigos, que lo son también del honor, del bien público y de la religión.

Carta a su padre, Marzo 26, 1815, EO XV, núm. 132

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