El recién ordenado P. Francois-Xavier Michelier fue enviado a Nancy para ser capacitado como predicador y ser tesorero de la comunidad. El superior, Louis Dassy, se había quejado con Eugenio: «parece no tener la mínima decisión de escribir los sermones. Se dedica a leer todo tipo de escritos, aunque no muestra inclinación alguna por escribir”. Eugenio le respondió:
“¿Puede ese joven negarse hasta ese punto sobre sus deberes? No puede ignorar que solo lo envié a Nancy para formarse en la predicación ¿y es precisamente a ese trabajo al que se niega? Es apenas creíble”.
Por otro lado, se conocía al P. Dassy por ser muy exigente al tratar con la gente, y Eugenio le aconsejó:
“Espero no lo hayas desanimado. Mi querido amigo, a veces vas un poco rápido en el trabajo. No siempre sabes considerar la dificultad humana. ¡Hay que tener en cuenta tanto cuidado, sobre todo con los jóvenes! No te canses tan fácilmente. Veo que estás mucho más satisfecho con el trabajo del P. Depetro; igualmente será con el P. Michelier, pero te exhorto a no exagerar y, sobre todo, no asustes a los pobres que inician. Procura que trabajen, pero anima sus esfuerzos, muéstrate contento con lo poco que hagan, que eso mejorará más adelante”.
Carta al P. Louis Dassy en Nancy, Enero 7, 1849, EO X núm. 994
REFLEXIÓN
«Una palabra de aliento de un maestro a un niño puede cambiar una vida. Una palabra de aliento de una esposa puede salvar un matrimonio. Una palabra de aliento de un líder puede inspirar a alguien a alcanzar su potencial.» (John C. Maxwell)
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Ahora dejamos las misiones en el extranjero para ver lo que sucedía en Francia en 1849.
La costumbre en Francia es que las personas se envíen buenos deseos para el Año Nuevo. Eugenio le responde al P. Dassy:
“Mi querido hijo, agradezco lo que tu afecto hacia mi te ha inspirado hacer del pasaje de Baruch [ed. Baruch 1, 12: “Para que sean los días de ellos como los días del cielo sobre la tierra”]; por mi parte, he pedido las mismas bendiciones para ti y tu comunidad desde el primer día de este nuevo año, que no es más que una confirmación de lo que pido todos los días al cielo para la familia que me ha dado y que tantos consuelos me da en medio de las tribulaciones que pesan sobre nosotros y toda la Iglesia”.
Carta al P. Louis Dassy en Nancy, Enero 7, 1849, EO X núm. 994
REFLEXIÓN
Cuando Eugenio se refiere a las tribulaciones son las revoluciones políticas de 1848 que sacudieron a Francia y a toda Europa con consecuencias para la Iglesia, testimoniadas por el exilio del Papa lejos de Roma, en Gaeta.
«Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me dan seguridad». (Salmo 23:4)
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Los Oblatos tenían retos y dificultades en la misión en Oregón y para complicarlo aun más, el Obispo local no los alentaba, ni entendía su forma de realizarla. Es por ello que Eugenio escribió al Vaticano solicitando:
“Permítame le recuerde también Oregón. He llorado al leer las últimas cartas recibidas de esas misiones. Tenga plena seguridad de que tanto los Jesuitas como los Oblatos se esfuerzan al máximo, pero ¡qué vida de privaciones y de mortificación heroica!, ¡cuántas fatigas y peligros! Y además, sin ningún consuelo de parte de los Obispos, diré más bien, solo procedimientos indeseables y contrariedades. Considero, pues, muy importante que el P. Pascal Ricard, superior provincial de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada sea nombrado obispo de Nesqualy, donde ya reside, dispuesto con los suyos a servir a los nativos de esa región, así como a los europeos y americanos que tienen ahí diversos puestos. La independencia adquirida favorecería la prosperidad de esas misiones que, para no perder la motivación, necesitan un lugar fijo”.
Eugenio hacía la solicitud, entendiendo como obispo.
“Créame, querido Monseñor, que como obispo creo comprender los grandes deberes de mi carácter sagrado; daría mil veces la vida para procurar la gloria de Dios y la salvación de las almas, y desearía se paralizara mi mano antes de escribir una sola sílaba que no fuera dirigida a ese fin, único objetivo de todos mis pensamientos”.
Carta al Obispo Barnabo, Secretario de la S. Congregación de Propaganda Fide, Octubre 8, 1849, EO V núm. 11
REFLEXIÓN
“El propósito de nuestro Instituto es exactamente el mismo que el Hijo de Dios tenía en mente al bajar a la tierra: la gloria de su Padre celestial y la salvación de las almas”. (Eugenio de Mazenod)
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“He pasado las últimas siete horas en mi escritorio escribiendo a todos nuestros Padres en Oregón y dando instrucciones tanto para ellos como para el P. d’Herbomez, quien, junto con dos Hermanos, se les unirán vía California… Hablé con el P. d’Herbomez y los Hermanos Surel y Janin que zarparán hoy al interminable trayecto hacia Oregón, pasando por Cabo de Hornos. ¡Cuán admirables son estos valerosos hijos! Parten hacia esa misión tan poco atractiva en términos humanos, con santa alegría y un celo sorprendente. Todos están inspirados, y los ochenta pasajeros han expresado su gran alegría por tenerlos como compañeros de viaje, en especial al sacerdote. Espero que este largo camino de no menos de seis a ocho meses sea beneficioso para sus almas”.
Diario de Eugenio de Mazenod, Noviembre 19, 1849, EO XXII
REFLEXIÓN
En estos días nos es difícil imaginar el viaje de estos jóvenes por mar y tierra que tardaría de 6 a 8 meses. Estaban conscientes de las dificultades que les esperaban en Oregón y de que probablemente nunca regresarían a Francia y aun así, salieron con alegría por llevar el Evangelio de Jesucristo a quienes nunca habían oído de él. Los tres misioneros pasaron el resto de sus vidas en Canadá, con Louis D’Herbomez, quien se convirtió en Vicario Apostólico de Columbia Británica en 1863.
En la actualidad, nuestra Regla de Vida Oblata conserva ese ideal: «se entregan obedientes al Padre, incluso hasta la muerte, y se ponen al servicio del pueblo de Dios con amor desinteresado. Su celo apostólico es sostenido por el don sin reserva de la propia oblación, oblación renovada sin cesar en las exigencias de su misión» Constitución 2
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“Si pudieras leer las cartas que recibo de Oregón, tendrías lágrimas como yo, ante los sufrimientos y las privaciones que sufren nuestros queridos Padres en esa misión. Sus manos están desolladas por la labranza de la tierra que tienen que cultivar, no para conseguir el pan que les falta, sino las patatas necesarias para subsistir. Necesitarían dos mil francos para conseguir un criado y no tienen con qué pagar el correo para las cartas que les enviamos. Se ven obligados a derribar con sus manos árboles antiquísimos; viven entre los Indígenas, continuamente expuestos a toda clase de peligros y a perder la vida. Los admiro y me postro en espíritu a sus pies; bendigo a Dios por haberlos elegido como instrumentos de su gloria y misericordia”.
Carta al P. Ambroise Vincens en N. D. de L’Osier, Octubre 12, 1849, EO X núm. 1024
REFLEXIÓN
Con Eugenio, también nos inclinamos en admiración por todo lo que nuestro Salvador ha hecho y continúa realizando a través de nuestros cooperadores a quienes ha llamado a su misión.
«De entre nuestra gente, la Iglesia necesita desesperadamente ministros cercanos a la vida común de los laicos, que compartan la vida y dificultades de las personas comunes y comprendan sus penas, a través de una estrecha experiencia personal”. (Roland Allen)
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Las misiones de los Oblatos surgían en varios lugares de Canadá y es difícil seguir la correspondencia de Eugenio, por lo que voy a agrupar varias cartas que se refieren a una zona. Nuestras reflexiones recientes se han enfocado al Este y Centro de Canadá y ahora iremos a Oregón, cuya fundación se mudó más adelante al norte, para abrir el área de Vancouver.
“El próximo domingo ordenaré sacerdote al Hno. d’Herbomez y saldrá inmediatamente a la ruda misión de Oregón. Está lleno de dicha al pensar en las privaciones que habrá de pasar; es lo que pedía a Dios hace tiempo. Estas son almas generosas y no esas flojas que vuelven ante una misión como la de Inglaterra. Al estar en ello, no se es más apto para un país que para otro”.
Carta al P. Ambroise Vincens en N. D. de L’Osier, Octubre 12, 1849, EO X núm. 1024
REFLEXIÓN
«El celo misionero no surge de las creencias intelectuales, ni de los argumentos teológicos, sino del amor. Si no amo a una persona, no soy llevado a brindar ayuda al verle necesitado; si le amo, no espero a ver su necesidad para ayudar”. (Roland Allen)
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Eugenio escribió en su Diario:
De entre las numerosas cartas que recibo de tantos lugares, hoy llegó una del Padre Laverlochere, enviada de Moose Factory, y en ella me da detalles interesantes de las difíciles misiones en la Bahía de Hudson. Me alegra ver cómo alaba al pequeño P. Arnaud, ordenado al sacerdocio en Canadá: `El Obispo de Bytown me asignará como compañero al agradable y virtuoso P. Arnaud. Me sería imposible relatarle todas las cualidades que este pequeño hijo de María Inmaculada posee. La belleza de su alma y bondadoso corazón se muestran claramente en su rostro angelical, que impresiona a todos los que le ven por vez primera. Tanto los protestantes como católicos me lo han mencionado en más de una ocasión. Pero, según me dicen, solo tiene una falla, y esa es su corta edad. A ello les digo que es algo que corrige día a día y es cierto que su rostro angelical luce tan joven, que en muchas ocasiones me ha resultado difícil convencer a los oficiales en la Bahía Hudson de que es sacerdote, igual que yo. Un alma tan pura y cándida no puede ni siquiera sospechar el terrible mal que abunda en el mundo. De hecho, tiene dificultad para combinar la prudencia de la serpiente con la sencillez de la paloma, que es su mayor virtud. A diario agradezco a Dios por este compañero, y debo admitir ante usted, muy Reverendo Padre que, sin decir una sola palabra, a menudo me hace sonrojar por mi pereza‘.
¿Qué pensar de tal comentario hecho por este misionero heroico, que realiza maravillas de dedicación, con tanto éxito en las misiones que ha fundado y llevado a la perfección a todos los que visita cada año? Es verdad que el buen P. Laverlochere tiene tanta humildad como fuerza en todas las buenas obras.
Diario de Eugenio de Mazenod, Octubre 26, 1849, EO XXII
REFLEXIÓN
Es evidente el orgullo que siente Eugenio por los logros de su familia misionera y también somos invitados a regocijarnos por los logros actuales de la Familia Carismática Oblata. Todos los días nuestro sitio oficial publica noticias de nuestros misioneros alrededor del mundo: https://www.omiworld.org/es/
¡Encuéntrenlas y alégrense con ellas!
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Eugenio ejercía su autoridad como obispo de Marsella para conseguir ayuda para las víctimas del cólera, donde los lideres seculares no tenían éxito. Al responder a la preocupación que el Vaticano había expresado, Eugenio escribió al Obispo Barnabo:
“Su última carta llegó a Marsella cuando me encontraba fuera de la diócesis. Debí volver de prisa a causa de la epidemia de cólera, y he estado tan ocupado que apenas he tenido tiempo de respirar. El azote cae siempre sobre mi pobre Marsella, y a pesar de las 80,000 almas que han abandonado la ciudad, contamos todavía de 30 a 40 víctimas a diario por esta terrible enfermedad. Como los centros de asistencia compuestos solo por hombres que cuidan de los enfermos por celo u otros motivos han sido frecuentemente para mí objeto de inquietud cuando eran llamados para las personas del otro sexo, he formado varios centros formados únicamente por mujeres, encargadas en adelante de la atención caritativa a las afectadas del cólera. Estoy muy complacido de haber tomado esa medida. Sólo la caridad mueve a esas hermosas almas inspiradas por la religión y enviadas por su Pastor, cuando antes, la filantropía organizada por el laicismo no sabía reprimir el vicio que se ocultaba debajo”.
Carta al Obispo Barnabo, Secretario de la S. Congregación de Propaganda Fide, Octubre 8, 1849, EO V núm. 11.
REFLEXIÓN
«La mayor necesidad en el mundo es la de personas que no sean compradas ni se vendan; que en el interior de sus almas sean integras y honestas; personas que no teman llamar al pecado por su nombre real y cuyas conciencias sean tan apegadas a su deber como la aguja a la brújula; personas que defiendan al bien, aunque se caiga el cielo”. (Ellen G. White)
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… Salí de prisa sin continuar mi visita, para volver a mi rebaño que se encuentra asolado por el cólera. Sigue habiendo mucho daño, pero gracias a Dios hasta el momento no ha afectado a ninguno de los nuestros. Sin embargo, estamos preocupados por nuestro buen Padre Mounier, que lucha contra una fuerte fiebre tifoidea. Hoy debían administrarle los últimos sacramentos. Sería una gran pérdida para nosotros. Es el encargado de la dirección de nuestros numerosos Oblatos. [ed. Eugenio siempre utilizaba la palabra «Oblatos» al referirse a los escolásticos, y «misioneros» para los Oblatos ordenados].
Carta al padre Jean Baudrand en Canadá, 30 de septiembre de 1849, EO I n 124
REFLEXIÓN
En la época del obispado de Eugenio en Marsella hubo cinco epidemias de cólera y en todas ellas, tanto él como sus sacerdotes, cuidaron y trabajaron valerosamente con las víctimas. El Padre Jean Francois Mounier, de veintisiete años, falleció cuando Eugenio terminó esta carta.
«Nadie se preocupa de cuánto sabes, hasta que se enteran de cuánto te preocupas”. (Theodore Roosevelt)
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La comunidad de la que el Padre Baudrand era superior contaba con tres Oblatos, y Eugenio estaba encantado de que se llevaran bien entre ellos. Siempre deseaba que las comunidades Oblatas estuvieran unidas en la caridad, expresada en la unidad de un corazón y un alma.
Estoy contento de que estén unidos en su casa de Longueuil con los PP. Chevalier y Lagier, según lo que me comentas. Ojalá se hubiese comprendido que esa unidad de espíritu y corazones es una obligación de la que sin duda no debían haberse apartado nunca, pero también que a su cumplimiento se une la felicidad de la vida.
Carta al Padre Jean Baudrand en Canadá, Septiembre 30, 1849, EO I núm. 124
REFLEXIÓN
«La unidad es fortaleza… se pueden lograr maravillas cuando existe trabajo de equipo y colaboración”. (M. Stepanek)
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