¿Cómo es que, a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman blasfemo porque he dicho: ‘Soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre”.
(Juan 10: 36-39)
“Siento siempre al Padre que está en el cielo, con Jesucristo su Hijo, nuestro Salvador a su derecha, abogado nuestro y mediador, que no deja de interceder por nosotros, con esa poderosa oración que tiene derecho a ser escuchada y que lo es siempre, en efecto, cuando no ponemos obstáculo alguno”.
Carta a Henri Tempier, Octubre 10, 1832, EO VIII núm. 436
REFLEXIÓN
Señor Amado
Ayúdame a no apartar mis ojos de ti, que eres la encarnación del Amor Divino, la expresión de la compasión infinita de Dios, la manifestación visible de la santidad del Padre.
Tú eres la belleza, la bondad, la gentileza, el perdón y la misericordia. En ti todo se encuentra y fuera de ti no hay nada. ¿Por qué habría de buscar o ir a otro lugar?
En ti están las palabras de vida eterna, eres alimento y bebida, eres el Camino, la Verdad y la Vida.
Eres la luz que brilla en la oscuridad, la lámpara en el candelabro, el faro en la cima de la colina. Eres el Ícono perfecto de Dios. A través de y en ti puedo encontrar al Padre Celestial y contigo puedo encontrar mi camino hacia Él.
¡Oh Santísimo, Glorioso, ¡se mi Señor, mi Salvador, mi Redentor, mi Guía, mi Consuelo, mi Esperanza, mi Alegría y mi Paz! A ti quiero entregar todo lo que soy. Permíteme ser generoso, no mezquino ni vacilante.
Permíteme entregarte todo, todo lo que tengo, pienso, hago y siento es tuyo, ¡Oh, Señor! Te ruego lo aceptes y lo hagas tuyo por completo.
Amén