VIERNES SANTO: “SEÑOR, SEÑOR, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”
¿Cuál fue el momento de mayor sufrimiento de Jesús y en el que mostró su gran amor por nosotros?
Fue cuando al estar en la cruz, exclamó: “Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?”
En la Encarnación, Jesús se convirtió en humano por completo, haciéndose uno con nosotros en todas nuestras experiencias. En la cruz sintió la experiencia extrema de la desesperanza humana: el sentimiento de haber sido abandonado por Dios. Se hizo uno con nosotros en todas las situaciones en las que exclamamos en la oscuridad y la desesperación: “¿Dónde estás Señor, por qué no estás aquí?”
Al abrazar a Jesús Abandonado este Viernes Santo, aceptemos la puerta que abrió a través de su sufrimiento y muerte: la resurrección.
Al leer los escritos de San Eugenio, constantemente escucho ecos de su experiencia el Viernes Santo, de su rotura y de su conciencia del amor sanador de Dios. Se trató de una convicción que nunca le abandonó y sobre la que cimentó todo su ministerio: llevar a otros a su misma experiencia.
San Eugenio conoció la oscuridad y el sentimiento de desesperanza muchas veces en su vida; aun así reconocía que en esos oscuros momentos estaba presente su Salvador y da testimonio de ello constantemente en sus escritos. Como un ejemplo:
Por lo demás, aunque tristemente, sigo mi camino poniendo mi confianza solo en Dios. Amémosle cada vez más.
Carta a Forbin-Janson, Septiembre 12, 1814
Alentaba a los demás a hacerlo. Hoy en particular recuerdo sus palabras al Padre Jacques Jourdan de 25 años, que fuera el primer Oblato en morir. Sufría una gran depresión y oscuridad:
Ánimo mi buen amigo. Muy grandes santos han pasado por la prueba que usted, pero aun así fueron grandes santos, pues no dejaron de obedecer; ánimo una vez más, mi querido amigo, todos rezamos por usted postrados, para que soporte esa dura prueba como valiente soldado de Jesucristo. El amable Maestro, nuestro modelo, no cayó en la desesperación en el Huerto de los Olivos ¿por qué se angustia usted? Aférrese a él y no tema nada, beba de la copa de su sufrimiento, pues se digna hacerle participar de su pasión, pero no dude que pronto le llene de dulzura. Para ello hay que mantenerse en paz y obedecer…
En el momento de la comunión, dígale amorosamente “todas sus penas: “vim patior, responde pro me” [ed. Is. 38, 14: “¡Señor, sácame de esta tribulación!] Abrace sus pies espiritualmente, jure no separarse jamás de él, dígale que desea amarle siempre, colóquelo después en su corazón y no se preocupe por nada.
Carta a Jacques Antoine Jourdan, Marzo 30, 1823
Victor Frankl, sobreviviente de un campo de concentración en la II Guerra Mundial, da testimonio de ello, al escribir:
“Quienes estuvimos en los campos de concentración podemos recordar a los hombres que caminaban entre las chozas dando consuelo a los demás, entregando su último pedazo de pan. Tal vez fueran pocos en número, pero daban suficiente prueba de que a un hombre se le puede quitar todo, excepto una cosa: la última de las libertades humanas- elegir su actitud ante cualquier circunstancia, elegir su forma personal de ser.”
San Eugenio nos enseña que la elección es Jesús abandonado en la Cruz.
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