EUGENIO Y LA HISTORIA DE FRANCIA: NAPOLEÓN I Y LA IGLESIA

Para  comprender las acciones y el carisma de Eugenio de Mazenod, es necesario que entendamos la situación histórica y política en la que vivió y a la que respondió.

El exilio de Eugenio terminó en 1802 y Napoleón (quien se había convertido en gobernante en 1799), hizo posible que volviera a Francia a vivir con su madre. Yvon Beaudoin nos narra:  (http://www.omiworld.org/es/dictionary/diccionario-hist-rico_vol-1_n/2170/napole-n-i/ )

Napoleón se da cuenta de que necesita el apoyo de la Iglesia. Prepara el Concordato con la Santa Sede, firmado el 15 de julio de 1801 y promulgado el 18 de abril de 1802. Por ese concordato el clero renuncia a los bienes que había poseído, pero el Estado se compromete a mantener a los obispos y a los párrocos como funcionarios. El Gobierno nombra a los obispos, pero la institución canónica la reciben del Papa. Los sacerdotes emigrados pueden regresar y las iglesias se vuelven a abrir.

En los escritos de este período Eugenio no nombra nunca a Napoleón, pero en 1802 se muestra francamente opuesto al Concordato y afirma que en esa ocasión el Papa se ha sporcificato, es decir, se ha deshonrado haciendo bajezas (LEFLON, I, p. 249 [ed. españ. p. 138]).

Después de su regreso a Francia en 1802, Eugenio verá mejor la situación y las ventajas del Concordato. Cuando en 1805 viajó a París para obtener pasaporte a Sicilia, escribe a su padre el 14 de agosto:

«Mañana es el día de la Asunción, fiesta grande por varias razones […] Habrá carreras de caballos, y luego iluminación y fuegos artificiales, porque además de la fiesta que solemniza toda la Iglesia, se celebra el aniversario del nacimiento de Napoleón. Se darán gracias a Dios también por el éxito del Concordato, y con mucha razón; todo católico que mire un poco por el bien de la religión debe unir sus oraciones a las de la Iglesia de Francia. La religión estaba perdida para siempre en este reino y si la paz otorgada a la Iglesia no hubiera dado facilidades a los ministros para preservar a la juventud […] todos los que tienen 18 o 20 años ignorarían si existe Dios”

(Escritos espirituales, t. 14, p. 40).

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