MISIONES POPULARES: ÉXITO DEL MINISTERIO DE LA CONFESIÓN PORQUE ERA REALIZADO BAJO EL SIGNO DE LA CRUZ

Cristo Salvador siempre era el punto central para Eugenio y los misioneros, como queda subrayado por el uso que hacían del crucifijo Oblato en la confesión, colocándolo en las manos del penitente.

En el confesionario sirve al confesor: el día de la absolución se le pone en sus manos al penitente y le ayuda a tener dolor de sus pecados, a aborrecerlos y hasta llorarlos. La experiencia debe ser vieja, puesto que en los demás países católicos todos los misioneros lo llevan como signo de su misión.

Carta a Forbin-Janson, el 9 de octubre 1816, E.O. VI n. 14

Suzanne dio una descripción de esto durante la misión en Aix:

Hubiera deseado, en efecto, que todo lo que hay en nuestra ciudad de incrédulos obstinados, de pecadores endurecidos que se niegan todavía a las invitaciones apremiantes del Señor, hubieran sido testigos del espectáculo edificante que presentaba la iglesia de los Misioneros de Provenza la víspera de la comunión general. El coro espacioso de esta iglesia, está siempre lleno todo el día de hombres fervorosos que acudían, con entusiasmo, a los pies de los ministros de Jesucristo, para recibir la absolución de sus faltas, por la que suspiraban desde hacía tanto tiempo. Compasivamente estrechados en los brazos de los santos sacerdotes que los estimulaban al dolor y al amor, se les veía derramar lágrimas de ternura en abundancia, y besar con emoción la cruz del Salvador que tenían en sus manos. Se arrodillaban después, delante de los santos altares, para adorar en silencio, y en el más profundo recogimiento, la majestad de Dios al que habían ultrajado. Algunos, incluso, alzaban manos suplicantes al cielo, y decían en voz alta, ¡no Señor, jamás, jamás! Oí a varios felicitarse al salir, de lo que su conciencia, no hace mucho justamente alarmada, experimentaba por fin de las deliciosas dulzuras de la paz y del descanso, y gozaba de la dicha, que habían pedido inútilmente al mundo y a sus placeres.

Marius Suzanne, « Quelques lettres sur la mission d’Aix », p 21-22.

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