Durante la misión todas las ceremonias eran una extensión de las predicaciones y tenían la misma meta. Todas las formas de instruir y llevar a la gente a experimentar al Salvador, y a la conversión, eran improvisadas y probadas. Las acciones simbólicas y las procesiones eran particularmente importantes porque su fuerza era apelar a los sentidos de los participantes. Continuando su reflexión sobre la ceremonia acerca de la muerte Eugenio escribió en una carta:
El servicio por los difuntos, la instrucción después del evangelio de la misa solemne de réquiem, la procesión y el responso en el cementerio, con unas palabras fervorosas apropiadas a la circunstancia, cuando el tiempo permite la salida, son de rigor. Lo que no lo es, aunque es muy oportuno, es hacer abrir una fosa en torno a la cual se hace el responso. Esta fosa está destinada al primero que pague su tributo a la muerte.
El catafalco en la iglesia debe cuidarse y el aviso de la víspera, para invitar a toda la población a la ceremonia del día siguiente, debe ser profundamente motivado y que conmovedor para cualquier persona sensible.
Carta à Eugène Guigues, el 5 de noviembre 1837, E.O. IX n. 652