“Mi querido Padre Semeria: He recibido tus dos cartas, no diré sólo con un gran placer, sino con inmensa alegría. Contaba los días y las horas, preguntando continuamente si no había llegado el barco, cuando por fin me entregaron tu carta. En primer lugar, te agradezco mucho, mi querido hijo, haberme proporcionado noticias tuyas y de tus queridos compañeros de viaje, y luego por todos los detalles que contiene tu carta. Así es como debe ser siempre…
Antes había recibido noticias de ustedes desde el desierto. Alguien que desde la diligencia les había visto montados en burros, me dijo que estaban cerca de Suez cuando les encontró. Reímos mucho por sus cabalgaduras, que sin embargo fueron elogiadas por el viajero”.
Carta al P. Etienne Semeria en Ceilán, Enero 25, 1848, EO IV (Ceylon) núm. 2
REFLEXIÓN
¡Sonreímos por los burros! Y aun así es increíble detenernos y reflexionar en los medios de transporte que utilizaban los misioneros desde la época del Evangelio: a pie, a caballo, por canoas y botes, barcos de vela y buques a vapor… Pablo describe sus aventuras en el Evangelio:
«Tres veces he sido golpeado con varas, una vez fui apedreado, tres veces naufragué, y he pasado una noche y un día en lo profundo[a]. 26 Con frecuencia en viajes, en peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de mis compatriotas, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; 27 en trabajos y fatigas, en muchas noches de desvelo[b], en hambre y sed, a menudo sin comida, en frío y desnudez…» (2 Corintios 11:25-27)
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