Como sabemos, Eugenio siempre se vio como el padre de su familia misionera. Como Fundador y Superior General, su papel iba más allá de lo administrativo: mantener los vínculos de la familia y su espíritu. Eugenio era el padre que amaba a cada uno de sus hijos misioneros y se regocijaba en su relación mutua, que es evidente al leer esta entrada en su diario:
“Ordenación de nuestros tres diáconos: Bemard, Gaudet, Keating, a quienes había ordenado diáconos el sábado 18; hoy los hice sacerdotes. ¡Qué dignos se han mostrado estos tres religiosos, listos para ir, uno a la isla de Ceilán y los otros dos a Canadá, con sentimientos realmente dignos de su vocación. No sé a cuál admirar más de los tres!
El P. Keating es más serio y tímido, pero los padres Bemard y Gaudet me expresaron sus tiernos sentimientos con una efusión en verdad filial, y desde luego no fui insensible a tales testimonios tan emotivos de su afecto. Jamás hijo alguno ha mostrado más amor al separarse de su padre. El P. Gaudet sale mañana y quiso dejarme por escrito sus sentimientos… Ya me había escrito una carta manifestándome el deseo que ser considerado en la elección que yo haría de los misioneros para el Canadá, que está infestado por el tifus que, como todo el mundo sabe, se ha llevado ya a más de doce sacerdotes y ha alcanzado a cuatro de los nuestros. Hoy me escribe para agradecerme por haber escuchado su petición.
Es en verdad un motivo para llorar de alegría, el tener hombres de ese temple en nuestra congregación”.
Diario de Eugenio de Mazenod, Septiembre 24, 1847, EO XXI
REFLEXIÓN
«El amor de Dios para con los hombres. Digo que este sentimiento, que reconozco viene de Aquel que es la fuente de toda caridad, es el que ha provocado en los corazones de mis hijos esa reciprocidad de amor que forma el carácter distintivo de nuestra muy amada familia». (Carta de Eugenio de Mazenod al P. Mouchette, Diciembre 2, 1854, EO XI núm. 1256)