El Obispo Horace Bettachini, Coadjutor del Vicariato Apostólico de Colombo, llegó a Europa en 1845, buscando ayuda misionera. Solo obtuvo un miembro de la Congregación del Oratorio, y un Benedictino Silvestrino. Viajó en vano por el resto de Europa, buscando ayuda en todas partes. Todas las puertas se le cerraron. En su angustia conoció al Obispo Berteaud de Tulle, quien le dijo: “Vaya a Marsella. Ahí encontrará al Obispo cuya Congregación es aun pequeña, pero tiene un corazón tan grande como el de San Pablo, tan grande como el mundo. Vaya y explíquele que se trata de salvar a esas pobres pobres almas, insista en ese punto. Cuando escuche eso, no podrá resistirse”. (Yvon Beaudoin en EO IV, página XXIII)
El Obispo de Mazenod tuvo una respuesta entusiasta a la petición.
¡Qué campo se abre ante nosotros!
Carta al Padre Ambroise Vincens, Agosto 12, 1847, EO X, núm. 936
REFLEXIÓN
“Pero ¿cómo invocarán al Señor sin haber creído en él? Y ¿cómo podrán creer si no han oído hablar de él? Y ¿cómo oirán si no hay quien lo proclame? Y ¿cómo lo proclamarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Qué bueno es ver los pasos de los que traen buenas noticias!”