La carta de Eugenio a sus Oblatos se centró, en gran parte, en cuestiones prácticas sobre las misiones –desde que éstas eran el modo de comunicarse con el superior manteniendo el barco en su rumbo- sin embargo, debajo de cada consejo y aspecto práctico, uno encuentra la faceta más importante de la vida de los misioneros: su relación con Cristo Salvador.
Él explica detalladamente cómo alcanzar esto:
Te recomiendo mantenerte firme para que se viva con regularidad. La oración, el examen, etc. Procura no ser de esos hombres dados del todo a las obras exteriores, que no se sospeche que tienes solamente el hábito de las prácticas más comunes de todo buen sacerdote. Esa disipación hace un mal infinito. La conferencia del sábado es también de rigor. La mortificación no debe ser tampoco una virtud tan escondida que pueda parecer que os es desconocida…
No perdáis de vista que vosotros sois misioneros de profesión, por consiguiente con una regla que observar en misión y propia para ese tiempo, prevista de antemano, ya practicada, en una palabra, familiar para cada uno de vosotros.
Carta a Jean Baptiste Mille, el 20 de enero 1837, E.O. IX n. 603
Aquí estaba el secreto de su éxito y Eugenio se mantuvo siempre firme en esto. Sólo en la medida en que ellos se habían imbuido de la vida y virtudes de Jesucristo, eran capaces de ser exitosos misioneros- un tema que hace eco en nuestras Constituciones hoy en día:
Escogidos para anunciar el Evangelio de Dios (Rom 1, 1), los Oblatos lo dejan todo para seguir a Jesucristo. Para ser sus cooperadores, se sienten obligados a conocerle más intimamente, a identificarse con él y a dejarle vivir en sí mismos. Esforzándose por reproducirle en la propia vida
Constitución 2