Y AL TERCER DÍA JESUCRISTO DEBÍA RESUCITAR Y NUESTRO DOLOR DURARÁ TODA NUESTRA VIDA

Eugenio describe su última visita con su sobrino moribundo.

Sin poder prolongar mi estancia en Avignon, tuve que despedirme de Luis, con gran aflicción en el corazón y sin ninguna esperanza de verle recuperar la salud. Quiso hablar por un momento conmigo, en particular de su padre y de su hermano. ¡Qué conmovedor fue lo me decía; jamás le había oído hablar de esa manera!

Que el Señor acepte, como expiación de mis pecados, todo el sufrimiento por la pérdida de quienes amo. ¡Quién podría decir lo que sufrí en esa plática, en la que este bendito hijo conservaba la calma y serenidad angelical que siempre ha tenido. En cuanto a mí, quotidie morior; es la estricta verdad, con toda la fuerza que encierran estas palabras.

Lo abracé, posiblemente por última vez; le bendije y salí con mucha fortaleza, probablemente para no volver a verle nunca. Mi hermana hizo lo mismo, y con la misma fuerza de espíritu guardamos en nuestro corazón todo el dolor para no herir a su hijo, quien controlaba sus emociones ofreciendo a Dios su sacrificio, al igual que nosotros, sin manifestar nada de lo que sucedía en su alma. ¡Oh, mi Dios y Virgen María! Y al tercer día Jesús debía resucitar… ¡Nuestro dolor [sin embargo] durará toda nuestra vida! ¡Fiat voluntas tua!”

Diario de Eugenio de Mazenod, Febrero 8, 1842, EO XXI

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