SAN EUGENIO, UN NOBLE EN EXILIO –  EN SUS PROPIAS PALABRAS

1791 – 1802. Once años de emigración: Niza, Turín, Venecia, Nápoles, y Palermo.

NIZA

Habiendo sido decretada por los revolucionarios la captura de mi padre, al regreso de su diputación en los Estados Generales, dejó Francia y fue a Niza, de donde envió a su hermano para que me llevara junto a él…

Era preciso que cundiera el espanto ante la amenaza que se había hecho de deshacerse de los hijos de los nobles, para que mi madre consintiera dejarme emprender ese viaje sin estar aún del todo repuesto de una indisposición que me había molestado mucho…

Yo no tenía aún nueve años. Todo lo que pude hacer fue guardar el secreto como hubiera podido hacer una persona mayor. Se me había recomendado y fue fielmente mantenido.

VENECIA

Un día yo me divertía en la ventana que daba a la casa de la familia Zinelli. Don Bartolo apareció enfrente y dirigiéndome la palabra dijo: “Señor Eugenio ¿no le da pena perder el tiempo divirtiéndose así en la ventana? –Ay, señor, repuse, es bien a pesar mío, pero ¿qué puedo hacer? Sabe usted que soy extranjero y no tengo un libro a mi disposición”. Ahí es donde él quería llegar. “Que por eso no quede, querido hijo, me está viendo aquí precisamente en mi biblioteca, donde hay muchos libros latinos, italianos e incluso franceses, si usted quiere.

– No deseo otra cosa”, le repliqué. Al instante Don Bartolo suelta la tabla que sostenía las hojas de la ventana, puso un libro encima y me lo pasó a través de la calleja que nos separaba. El libro pronto fue leído, pues yo leía siempre con avidez; al día siguiente mi padre me aconsejó que fuera a devolverlo y dar las gracias a D. Bartolo. Todo esto estaba previsto.

D. Bartolo me acogió con la mayor bondad; me hizo recorrer su biblioteca, y de ahí pasé a su gabinete donde estudiaba en torno a una mesa grande con su hermano, D. Pietro, que todavía no era más que diácono. “Todos nuestros libros están a su disposición”, me dijo D. Bartolo. Y luego añadió: “Aquí es donde estudiamos mi hermano y yo: ahí ve el lugar de otro de mis hermanos a quien el Señor llamó a sí; si le agrada a usted sucederle, no tiene más que decirlo; con mucho gusto le haremos continuar sus clases, que sin duda no ha acabado…

A partir de entonces, todos los días durante casi cuatro años iba después de la misa junto a esos maestros benévolos que me hacían trabajar

NàPOLES

Mi estadía en Nápoles, prosigue la relación, fue para mí un año abrumador de la más triste monotonía…

PALERMO

La Providencia que siempre veló por mí desde la más tierna infancia, me abrió las puertas de una familia siciliana, donde fui admitido desde el comienzo como hijo de la familia. Es la familia del duque de Cannizzaro. Su mujer, princesa de Larderia, era una santa. Me tomaron los dos gran afecto y parece que se sintieron contentos de dar a sus dos hijos que eran aproximadamente de mi edad, aunque un poco más jóvenes, un compañero que pudiera ser su amigo y les diera ejemplo de buena conducta, cosa muy rara, una especie de fenómeno en un país como el suyo. A partir de entonces hasta mi regreso a Francia, formé parte de la familia: mi cubierto estaba siempre puesto en su mesa; los acompañaba siempre al campo en verano, y todo en la casa estaba a mi servicio como al servicio de los propios hijos, que se consideraban mis hermanos. Realmente yo lo era por el afecto

Diario de Emigración en Italia, (1791-1802), E.O. XVI

Para más detalles:

Bartolo Zinelli:https://www.omiworld.org/es/lemma/zinelli-bartolo-1766-1803-es/

Familia Cannizzaro:https://www.omiworld.org/es/lemma/cannizzaro-familia-es/

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