En 1836 y principios de 1837 algunos Oblatos habían salido o sido expulsados de la pequeña Congregación. Cada uno había sido causa de sufrimiento para Eugenio y los Oblatos.
En medio del consuelo que me da ver el bien realizado por nuestro pequeño número, tengo el dolor de ver que el demonio se encuentra en medio de los granos mal alimentados y son separados del Padre de familia. ¡Cuántas ilusiones al respecto! Protestaré ante todos los hombres y ante Dios contra esos apóstatas, hasta mi último suspiro y más allá, pues cito ante el tribunal de Dios a cuantos se han vuelto culpables…
Después reflexiona sobre la oblación como compromiso permanente.
Algunos religiosos se atreven a decir que sólo han hecho su oblación con la idea de salir algún día de la Congregación. ¡Qué horror! Que estudien la teología. Verán que no está permitido poner condición o restricción mental alguna a la emisión de los votos, y que la fórmula de profesión que la boca pronuncia debe ser hecha sinceramente y desde el fondo del corazón, sin lo cual todo es una mentira, una hipocresía, la profanación de un acto santo y religioso.
¿Estará permitido ver como una ceremonia inútil y disuasoria a un acto solemne contraído en presencia de Jesucristo? ¿Qué habría de sagrado en la tierra, si los votos pronunciados ante Jesucristo, aceptados en su nombre por la Iglesia no expresaran su significado?
Carta a Joseph Martin, Enero 9, 1837, EO IX núm. 600