FINALMENTE, EL SEÑOR CEDIÓ A LAS ORACIONES DE SU PANDILLA DE JÓVENES

Eugenio continúa describiendo las oraciones ofrecidas que le condujeron a la curación.

Todos los que eran testigos derramaban lágrimas y no podían menos de unirse a ellos en ese ejercicio de caridad y de piedad verdaderamente filial.
Y ¿por qué no voy a añadir una circunstancia que acrecienta el mérito de su acción? Estábamos en marzo, en el momento en que más se siente el rigor del frío. Queridos hijos ¡cómo querría que os fuera dado leer en mi corazón mientras escribo estas líneas! Pues bien, para que la obra de misericordia que querían hacer por mí no perjudicara sus estudios, se adelantaban a la aurora e iban muy de mañana, a pesar de las escarchas, a la iglesia donde a diario asistían al Sacrificio que era ofrecido en su nombre a expensas de sus pequeños ahorros destinados a sus gastos menudos.
Por la tarde, al salir de las clases, volvían a reunirse en la iglesia de la Magdalena para hacer en común novenas, que en cierto modo se habían vuelto públicas. Con justo título se comentó en toda la ciudad una conducta tan digna de elogio y se concibió el más sincero aprecio para aquellos que con eso habían merecido la aprobación de todas las personas honradas.
Pero esta primera recompensa no será, lo espero confiadamente, más que el preludio de otra más duradera que el Señor, justo remunerador de las virtudes, les reserva en el cielo.
Finalmente, como el Señor me devolvió a los votos de esta querida juventud, pude pronto ir en persona a dar gracias a Dios al pie del mismo altar donde se le había invocado a mi favor con tal fervor

Diario de la Congregación de la Juventud, mayo 1814, E.O. XVI

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